mpr21 Juan Manuel Olarieta

A la muerte de Pedro El Grande en 1725, su testamento circuló por toda Europa. Entonces los europeos ya seguían los pasos de Rusia atemorizados, sin saber muy bien por qué. Muy pocos años después de la muerte del zar, en 1740, sus últimas voluntades fueron traducidas al castellano por el jesuita José de la Vega, lo cual no es ninguna casualidad.
El testamento se difundió en Europa occidental para asustar: había que tener cuidado con los rusos porque querían apoderarse del Viejo Continente. Rusia era un imperio que, entre otros muchos defectos, era esencialmente expansionista, lo cual parecía una tautología en otro imperio, el español, que se había apoderado de una parte importante del mundo, especialmente en América del sur. El expansionismo ruso daba miedo, mientras el español es un orgullo patrio porque evangelizaron a los salvajes.
Sin embargo, el testamento de Pedro El Grande era falso. Nunca existió tal cosa y es un ejemplo más de que los engaños, los bulos y las mentiras han sido moneda corriente en la historia y, además, siempre los difundieron las clases dominantes.
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